Con la llegada del Covid-19 a nuestras vidas, todos hemos tenido que cursar por distintos duelos. Con esto nos referimos a duelos de nuestro estilo de vida, de nuestras interacciones sociales, en muchos casos trabajos, y en los peores, de seres queridos. Es por esto que no es de extrañar que incontables personas se encuentren muy afectadas en este contexto, viéndose alteradas distintas áreas de nuestro bienestar emocional.
Esta columna, pretende enfocarse en el abordaje del duelo por la muerte de seres queridos, el duelo más doloroso por el que podemos pasar, y que lamentablemente se ha vuelto una realidad más frecuente debido al contexto que nos aqueja, donde incluso muchas familias se han enfrentado a la realidad de no poder despedirse de la persona, dificultando así la elaboración de un duelo saludable.
Al pensar qué hace tan diferente el duelo en este contexto, surgen diversas variables que lo dificultan más, siendo la más evidente la incertidumbre que puede tener una muerte en este escenario, donde personas que previamente podían encontrarse completamente sanas, se enfrentan a las volátiles complicaciones de esta enfermedad, impactando fuertemente a todos quienes los rodean.
Otra variable se relaciona directamente con el hecho de no poder acompañar al ser querido, o incluso no poder despedirse de él. Esto significa no solo la ausencia del rito de la despedida y la posibilidad de acompañamiento, sino también la percepción de la soledad que podría estar sufriendo el ser querido. Incluso es posible que algunas personas sientan culpa por la idea de haber sido la fuente de contagio, o por no despedirse, y a la dificultad de activar redes de apoyo debido a lo sorpresivo del hecho.
Para comprender mejor este proceso, es importante señalar las etapas de un duelo. Los duelos pueden tener una duración muy variable, pero suelen durar entre 1 y 3 años, donde el primer y segundo año son los más dolorosos.
El duelo consiste en un proceso de adaptación de la persona a una vida sin su ser querido, por lo que un duelo saludable implica poder lograr adaptarse a la nueva situación de vida y ser funcional en esta, logrando recuperar el bienestar emocional. Un signo de un duelo bien elaborado sería la capacidad de recordar a esta persona sin sentir un malestar que lo inhabilite para seguir con la propia vida.
Para lograr esto, los siguientes pasos pueden ser de gran ayuda:
Como primer paso, es fundamental poder expresar los sentimientos asociados a la pérdida, para poder así elaborarla y lograr que predominen sentimientos positivos. Puede resultar difícil, pero reprimir lo que se siente solo hará que el duelo se sienta más doloroso y permanezca más en el tiempo. Un ejemplo de esto sería darse el espacio para llorar si se siente pena o rabia, en lugar de intentar poner una fachada para continuar funcionando con relativa “normalidad”.
Segundo paso: Es importante que una persona que se enfrenta a este tipo de situación logre generar un ambiente donde se hable abiertamente de la pérdida, contactando a personas que puedan ayudar, acompañar y escuchar. Esto va más allá de solo expresar los sentimientos como se describe en el primer paso, ya que al conversarlos con otros seres queridos se logra elaborar en mayor medida estos sentimientos, conectar con estos y darle mayor foco a lo positivo.
Como tercer paso, para superar y procesar de manera saludable un duelo es muy importante darle preferencia a mecanismos adaptativos antes que a mecanismos temporales para disminuir el dolor. Esto aunque suene difícil de entender es relativamente simple, y se refiere a que para procesar un duelo de forma saludable debemos intentar convivir con la nueva realidad, aceptarla y seguir adelante, en lugar de buscar escapar del dolor con soluciones temporales que impliquen ignorar lo sucedido, como podría ser el alcohol, por ejemplo. Esto implicaría explorar distintas estrategias positivas, identificar cuáles son más consistentes y que fluyen más con la forma de ser de uno y aplicarlas.
Finalmente como último paso, hay que reconocer cómo la pérdida de un ser querido puede estremecer los cimientos de nuestras creencias y expectativas sobre la vida, lo que puede transformarse en una gran fuente de estrés y angustia. Por esto es importante comprender este hecho y darse el espacio de reconstruir nuestras creencias, para así integrar la pérdida y lograr reconectar con la realidad.