Los adolescentes evolutivamente se encuentran en una etapa de alta vulnerabilidad emocional, llegando a ser más impulsivos, y probablemente incapaces de hacer frente a situaciones de alto estrés, sobre todo en el contexto de pandemia. Debido a las nuevas restricciones por Covid-19, los cambios en sus rutinas producen cierto estrés como respuestas adaptativas como miedo, enojo, angustia e irritabilidad. Es por esto, que al estar en esta etapa más vulnerable hay ciertos factores tanto individuales, familiares como ambientales que pueden aumentar la probabilidad de la conducta suicida en los jóvenes.
El suicidio vendría siendo la acción de matarse a sí mismo, donde la muerte es el resultado de un acto voluntario. El intento suicida hace alusión a la conducta o acciones fallidas donde la persona se autoagrede intencionalmente que puede tener o no una intención de muerte como resultado final. Este comportamiento incluye la ideación suicida siendo los pensamientos recurrentes sobre deseos de muerte y posibles planes para llevar a cabo el deseo, y también la planificación de esta, donde la persona tiene en mente ciertas formas sobre cómo, cuándo y dónde cometerá el suicido. En cuanto a las autoagresiones, estas son autolesiones con alteración y destrucción deliberada del cuerpo de la persona.
Los principales factores de riesgo suicida son: trastornos mentales, considerando a la depresión como el más importante, también un intento suicidio previo y antecedentes familiares de este, consumo de drogas y alcohol, enfermedades crónicas e incapacitantes, y características sociodemográficas.
Las señales que pueden revelar ideación suicida en un adolescente son: señales verbales directas, como “ojalá estuviera muerto(a)”, “me gustaría desaparecer o ojalá no existiría”. Señales verbales indirectas como “no le importo a nadie”, “la gente estaría mejor sin mi”. Y por último señales de comportamiento ya sea como intentos suicidas previos, regalar objetos preciados, abuso de sustancias, cambios abruptos en las rutinas, ira, desesperanza, depresión, irritabilidad, disminución considerable del rendimiento académico.
¿Qué puede hacer la familia del adolescente si detecta las señales? En primer lugar, buscar ayuda de un profesional, generar espacios de contención emocional y de comunicación en donde se pueda expresar libremente validando sus emociones, y sobre todo acompañar al adolescente en su proceso terapéutico y emocional. En el caso que el adolescente se muestre reacio a recibir ayuda, lo importante es que la familia no presione, que puedan acercarse a este desde su mundo, es decir, que se valoren sus gustos e intereses. También es importante guiarlos a que se acerquen a un adulto o familiar que les haga sentir bien y que este respete siempre sus tiempos y espacios para que el joven pueda abrirse sin sentirse presionado.